Roger
peyrefitte es uno de los grandes escritores contemporáneos
franceses y uno de los pocos en haber revelado públicamente,
desde su primera novela "Las Amistades Particulares",
sus inclinaciones homosexuales.
Durante su dilatada carrera abordará en su obra los temas más
variados; observador satírico y crítico mordaz de nuestra
sociedad, no cejará en su empeño de descubrirnos sus lados
oscuros e inconfesables, ni dejará un solo instante de defender,
con valor, sin concesiones para nadie y, a veces, hasta sin ningún
pudor, el derecho de cualquiera a sentir y a amar según los
dictados de su corazón.
A los 15 años, y siendo alumno en un colegio religioso del suroeste de Francia, se enamora de Alexandre, un compañero suyo de 12 años. Los hermanos descubren esta relación que le valdrá, al más joven, la expulsión del colegio. Pocos meses después, Roger Peyrefitte recibirá la noticia de que su joven amado, Alexandre, se ha quitado la vida.
El recuerdo
de este amor le obsesionará su vida entera: será el motor de
toda su obra literaria y de su lucha en defensa de la justicia y
de la verdad.
A los 57 años, durante el rodaje de la película "Las
Amistades Particulares", inspirada en la novela del mismo
nombre, Roger Peyrefitte descubre, entre los jóvenes actores que
recrean el ambiente del colegio, a un niño que le recuerda su
primer amor: el chico tiene la edad de Alexandre, unos 12 años,
y se llama Alain-Philippe Malagnac. Será el último y definitivo
amor del escritor que terminará adoptándole y haciéndole su
heredero unos años más tardes.
He aquí el relato de este encuentro, tan definitivo en sus vidas,
extraído de su libro: "Confidencias Secretas"
AMOR PARA SIEMPRE
"Nos conocimos durante el rodaje de la película de Jean Delannoy, Las amistades particulares...
Llegué
cuando estaban grabando la escena del dormitorio. Me fijé en
seguida en uno de los jóvenes actores, cuyo rostro era bellísimo,
que no paraba de mirarme. Y cada vez que su mirada se cruzaba con
la mía, mi corazón latía más fuerte.
Un día, después de la
comida, vi como el chico se acercaba a mi mesa, con un ejemplar
de Las Amistades Particulares en las manos:
-
¿Puedo pedirle, Maestro, que me dedique éste libro?
- Con mucho gusto. ¿Cómo
se llama Ud. ?
- Alain-Philippe
Malagnac.
Tenía
doce años y medio - la edad más bella, según Montherlant.
No era esta la primera vez que uno de los interpretes de la película
me pedía un autógrafo. Pero este era distinto a los demás. Tenía
la edad del joven Alejandro [el héroe de la novela, inspirado en
el adolescente que Peyrefitte amó en sus años escolares],
y su mirada, en este lugar en el que todo estaba concebido para
recrear el espíritu y la historia de mi novela, me obsesionaba.
(...)
Durante un tiempo, no
pasó nada más. Pero, por suerte, yo tenía un aliado en el
equipo de rodaje [Jorge] que jugó un papel de primer orden,
hecho por el que le estaré eternamente agradecido.
Jorge tenía trato con
los chicos y me sirvió de portavoz. Entró en contacto con Alain-Philippe
y le habló de mí:
- A Roger Peyrefitte le encantaría conocerte y seguir en relación contigo.
Un
día, la Providencia también me sirvió de ayuda... Iban a rodar
una escena en la capilla. Abrí una puerta que daba al comedor y
allí, deambulando en medio la gran sala desierta para hacer
tiempo, estaba él.
Alain-Philippe iba
vestido de monaguillo...
Paseamos juntos los dos.
Pero estaba intranquilo ya que, en cualquier momento, alguien del
equipo podía irrumpir y no quería que nos encontrasen en una
actitud sospechosa, hecho que me hubiese disgustado profundamente
y que podía haberle perjudicado a él. Intenté, con pocas
palabras, esbozarle una estrategia para el futuro:
- Eres muy joven... No te dejes seducir por ciertas vulgaridades a las que algunos podrían incitarte...
Él me escuchaba como si fuese un oráculo. En esta sala había un tresillo austero, digno de una sacristía. Nos sentamos en él, un rato, los dos. Cogí su mano entre las mías:
- Si eres capaz de interesarte por mí, serás mío para toda la vida.
Me
sorprendía a mí mismo el verme capaz de hablarle de cosas tan
serias a un chico tan joven, pero siempre me he dejado llevar por
mi instinto. Aquella caricia y aquellas palabras habían
sellado nuestro destino para siempre.
Salió corriendo para
rodar su escena: en la película, aparece encabezando una fila de
monaguillos, en actitud de recogimiento... pero eran mis palabras
las que retumbaban en todo su ser.
Soy
eminentemente novelesco, más aún que novelista. Creo en el amor,
creo en la belleza, creo en la juventud: todo esto lo veía
representado, tal vez sin que él fuera consciente de ello, en
este chico. Yo tenía cincuenta y siete años y, hasta ahora, la
mayoría de los jóvenes que se habían fijado en mí lo habían
hecho por interés...
Pero ahora, un niño,
de unos doce años y medio, acababa de descubrirme, a través de
una de mis novelas. Por primera vez, tenía la visión de un
chico joven que me había leído, que tenía la misma edad que el
héroe de mi novela, y que se asimilaba perfectamente a él. Era
como si hubiese salido de mí mismo, como si le hubiese dado la
vida de nuevo, al igual que su padre y su madre.
Después
de este encuentro furtivo, solo tenía un deseo: volver a verle y
estar más tiempo con él. Jorge volvió a serme de una gran
ayuda.
Por la mañana, los
chicos venían de París al lugar del rodaje con un autobús,
y volvían a París, por la noche, con el mismo medio de
transporte. Jorge se encargó de avisar a Alain-Philippe:
- Haz como si perdieras el autobús... Así podremos volver con Roger Peyrefitte y cenaremos juntos por el camino.
Llegado el momento, y con gran discreción, Alain y uno de sus compañeros se quedaron rezagados... y el autobús se fue sin ellos.
- Pero ¿qué hacéis aquí todavía?, exclamó una de las responsable.
Jorge intervino, oportunamente:
- Conozco al padre de uno de los chicos. Somos vecinos. Los llevaremos con nosotros a París.
Cenamos en un restaurante a orillas de la carretera. Allí pusimos las primeras amarras de esta amistad tan perfecta, nacida de un libro y de una película, y que no ha dejado de enriquecerse, con el tiempo, con nuevos sentimientos más profundos y definitivos... No me equivoqué con él.
Después del rodaje de la película, estuvimos escribiéndonos durante un tiempo. Mis cartas eran muy prudentes, como siempre que escribía a un chico joven que vivía con sus padres. Sus cartas eran extraordinarias por su sensibilidad y por la calidad de su alma.
En
aquella época, escribí un libro en el que hablaba de nuestra
relación.
Después de su
publicación, recibo una carta de Alain-Philippe, muy confuso.
Sus padres se habían enterado de que mantenía una
correspondencia conmigo. Su madre le había enseñado una revista
en la que se hacia un resumen de mi novela. Días después, había
comprado el libro y se lo había ofrecido a su hijo, tras haberlo
ojeado, con estas palabras:
- Acabo de leer un libro muy bonito.
Su hermana se había limitado a darle un beso, sin decirle nada.
Pero
estamos en 1967, Alain-Philippe tiene ahora 16 años y termina
brillantemente sus estudios secundarios. Se plantea entonces
el problema de su futuro: ¿que preferirá:
estudiar una carrera universitaria o lanzar sus fuerzas
vivas, a mi lado, en la vida activa?
Afortunadamente, se
decide por lo que yo más anhelaba: ser mi colaborador... algo más
que un colaborador.
¿Cómo
podría yo explicar tanta connivencia entre los dos?
Alain-Philippe tiene,
al igual que yo, una visión estética de la vida, el amor por la
elegancia, tanto en su estilo, como en sus modales o en su
concepción de la existencia. Se le ha calificado como "el
arbitro de la elegancia y del buen gusto.
Por esto, por todo este conjunto de cualidades, ha llegado a ser, para mí, y para siempre, un hijo, mi hijo."
(Traducción de Henry)