LA HOMOFOBIA
Alexandre, un jóven amigo mío al
que yo quiero mucho (no siempre como un padre,
lamentablemente -y digo lamentablemente, ya que él es
ferozmente heterosexual), me decía hace poco:
Y
yo, como -lo repito- también le quiero mucho y no podría
soportar verle alejarse de mi, no quise seguir con la polémica
y di por terminada nuestra discusión sobre el tema.
(Foto: "NADIE SABE QUE SOY GAY") Tampoco
quise enfrentarme dialécticamente con él porque lo
entiendo: entiendo que sea -aún sin saberlo o incluso
creyendo que no lo es- irracional y viceralmente homófobo.
Sí...
yo, Henry, el "alcalde" -como algunos, a veces,
cariñosamente, me llaman- de LA CIUDAD CUYO PRÍNCIPE
ES UN ADOLESCENTE fuí un día homófobo, sin
quererlo, sin saberlo, como le pasa a la mayoría de la
gente. Una sociedad homófoba engendra, inevitablemente, individuos que serán, mayoritariamente, homófobos. Yo no sabría precisar cuando, en qué momento de nuestra vida empieza todo, pero es muy probable que nuestras primeras lecciones de homofobia las recibamos cuando aún somos muy niños, cuando por ejemplo unos adultos separan a dos bebés que se están "sobando" diciéndoles que "un niño no debe besar a otro niño". O cuando, desde muy pequeños, desde el parvulario, se les pregunta a los niños si ya tienen novia en el cole, o quién es su novia... ¿Por qué no les preguntarán nunca si ya tienen novio, o cual de sus amiguitos le gusta más? En
alguna que otra ocasión se ha dado el caso, en estas
entrevistas tontas y ñoñas que suelen hacer por
televisión, de un niño que, a las sempiternas preguntas
de si "¿tu tienes novia?" o "¿quien es
tu novia?" o "¿con quién te casarías tu?"
haya contestado: "Yo quiero casarme con Juan (o
Pedrito, o Miguel...)". En nuestra sociedad (mediterránea y latina), se reconoce una sola figura de homosexual: el clásico: afeminado, gracioso, ocurrente e inofensivo ("...ya sabéis: es como una mujer..."), cuando esta es -probablemente- la expresión más minoritaria de la homosexualidad. Pero hay como una incapacidad a concebir que un hombre "hecho y derecho", macho, galante y conquistador, que cumple perfectamente con las mujeres, pueda simultáneamente ser la "mujer" de otro hombre, como decían del emperador Julio Cesar que era "el amante de todas las
mujeres y la mujer de todos los hombres" ¿Incapacidad a concebirlo, o miedo a reconocerlo? Y los hombres, que tenemos muy bien aprendidas las lecciones, representamos nuestro papel a la perfección. De tal forma que son más numerosos los homosexuales "no declarados" (casados y con hijos, dando una imagen de normalidad) que los "declarados" (es decir, los que viven de acuerdo con sus inclinaciones, sin esconderse, a la luz del día)... y mientras "va la barca, va". Se me olvidaba deciros que una
sociedad hipócrita también engendra indivíduos hipócritas...
Yo no soy quién para juzgar -y menos aún condenar- a los que, por tradición o por miedo al "¿qué dirán?", se esconden detrás de una honorable apariencia de padre de familia; lo que más me pesa es que estos son, a menudo, los que, en público -como si, con ello, quisieran desquitarse- son los primeros en reirse de los homosexuales "declarados"... cuando en secreto se les va la mirada detrás del primer efebo que pasa por su lado !!! Tampoco afirmo que, todos lo "no declarados" son hipócritas, ni mucho menos, ya que tambien existe, en la naturaleza, la bisexualidad... que puede ser -a veces- más difícil de llevar que la propia homosexualidad. Yo
he crecido en este ambiente y con estas enseñanzas:
"dales un beso a las chicas", "saluda con
la mano a los chicos", "apártate de estas
personas poco recomendables", etc. ¿Como íbamos a ser amigos de un marica? Solo
pasaban por nuestro lado, sin que nadie se interesase por
ellos, como si no tuviesen sensibilidad, inteligencia,
alma o corazón. Así iba Henry haciéndose también un hombrecito. Yo era un niño de una gran vivacidad, espontáneo y dicharachero -y no obstante buen estudiante- que suscitaba la simpatía de la gente y gozaba del cariño de mi familia. Además de este carácter amable y extrovertido, yo era, físicamente, un niño bastante agraciado, fino más que delgado, bien proporcionado, con una cara redonda, la nariz aún pequeña, los ojos grandes con mirada profunda y una sonrisa casi perenne en los labios. A
los 7 años, desgraciadamente, ocurrió un hecho que iba
a cambiar toda mi vida (es extraño: había conseguido
casi olvidarlo, tal era la angustia y el dolor que me
provocaba dicho suceso, pero la discusión que tuve
recientemente con mi amigo Alexandre y a la que me he
referido al principio de la página me lo ha hecho
revivir, de pronto, con toda su crudeza). Mis
padres reaccionaron muy mal cuando lo supieron y, como si
yo hubiese sido responsable del hecho, me castigaron
duramente prohibiéndome salir a la calle y relacionarme
con otros niños durante tres largos años. Sé que algo se rompió en mi a partir de este momento: se borró la sonrisa y la mirada se volvió hacia dentro, como avergonzada. Durante años, no pude soportar que se me acercara ningún chico mayor que yo: huía de mi hermano, de sus amigos, de mis primos e, incluso, huía de mi padre y de mis tíos cuando querían sentarme en sus rodillas o acariciarme. Supongo
que esto me ha limitado mucho a la hora de tener amigos:
incluso cuando sentía afecto hacia alguno de mis compañeros,
me era totalmente imposible demostrárselo. Luego empecé a salir con chicas... como -casi- todos.
Nadie escoje ser homosexual, como nadie escoje ser heterosexual o bisexual. Michel de Montaigne, uno de los grandes pensadores franceses del siglo XVI, hablando de su amor por Etienne de La Boëtie escribía: "si se me preguntara por qué
le quería, entiendo que solo podría explicarlo diciendo:
Yo no sé como surge el amor entre dos hombres pero ¿acaso sabe alguien como surge
el amor entre un hombre y una mujer? Esto que, al parecer, no consiguen algunos entender, lo describía perfectamente mi amigo David en uno de los poemas que escribió cuando solo contaba 12 años: |
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NO POR SER HETEROSEXUAL SE ES MÁS HOMBRE,
NI MÁS DIGNO,
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