23/10/08

 

 

  MIGUEL

Capítulo segundo

En los días posteriores nos hicimos inseparables, compartiendo todo nuestro tiempo tanto por la mañana en la playa como por la tarde en la piscina o realizando excursiones en bicicleta en los bosques de la cercanía.

Miguel era incansable, rebosante de energía, y con su simpatía natural hacía que las horas se nos pasaran volando. Lo que en un primer momento había sido para mí una atracción puramente física se estaba convirtiendo en una gran amistad.

A pesar de lo sucedido el primer día, no ocurrió nada sexual o casi nada en los dos o tres siguientes y lo poco que hubo fue siempre a iniciativa de él. Provocaba en broma una pelea que acababa con los dos abrazándonos y revolcándonos por la arena o proponía repetir el juego de las cosquillas del otro día. Todo esto me encendía y mantenía expectante de que ocurriera algo más aunque no sabía exactamente el qué.
Una mañana estábamos en el jardín de su casa y mientras yo estaba hinchando un bote neumático que queríamos llevar a la playa, Miguel permanecía de pie a mi lado callado y pensativo, con el pulgar de la mano izquierda en su boca cuando, aprovechando un momento en que le miré, con un movimiento rápido de su mano derecha se bajó la parte delantera del bañador dejando su sexo al descubierto. Me quedé con la boca abierta sin poder decir nada mientras él sonreía. A los pocos instantes se volvió a cubrir. Ninguno de los dos hizo ningún comentario y continuamos hablando de otras cosas como si no hubiese pasado nada. Pero claro que había pasado... Yo estaba excitadísimo, e interpretaba aquella exhibición como una clara invitación a iniciar algún tipo de juego sexual. Pero al mismo tiempo temeroso por si algún adulto nos descubría, y además estaba la diferencia de edad. Mi ardor en aquellos momentos superaba ampliamente al miedo y sólo pensaba en el momento en que estaríamos solos para pedirle que me lo volviese a enseñar...

Al rato bajamos a la playa, nos metimos en el agua con el bote y pronto estuvimos lo suficientemente alejados de la orilla como para que nadie pudiera observarnos. Yo remaba mientras Miguel se situaba en el lado opuesto, enfrente mío. Antes de que yo pudiera, esta vez, tomar la iniciativa, se me adelantó de nuevo y con uno de sus pies empezó a acariciarme el bañador para pasar poco después a introducir los dedos en la pernera de mis shorts tocando mi erección a través de la fina rejilla de la tela interior. Faltó poco para que no eyaculara en aquel mismo instante. Entonces le dije que mejor sería que se sentara a mi lado porque así podría remar más rápidamente. No hizo falta que se lo repitiera dos veces, colocándose entre mis piernas dándome la espalda que pegó a mi pecho.

Me olvidé de los remos y en el plácido vaivén de las aguas con una mano le acariciaba una rodilla y el muslo mientras la otra descansaba en su barriga por debajo del ombligo. Dejó caer su cabeza en mi cuello con total abandono, permitiéndome sentir el calor de su mejilla y el olor de su piel. Me invadió una sensación de felicidad que no había sentido nunca hasta ahora, ni siquiera en algún otro esporádico contacto sexual que tuve anteriormente con otro chaval. Y es que por encima de todo estaba su complacencia, su deseo, nuestra amistad...
Abandoné el menor atisbo de timidez y comencé a acariciar su sexo por encima del pequeño bañador rojo tipo speedo o de slip. El apretó su cabeza todavía más, restregándola contra mi cuello suavemente, lo que para mí fue como si estuviera susurrando : adelante, sigue, continua por favor. Introduje la mano derecha dentro de su bañador, acariciando el pubis imberbe sin un solo pelo y pronto palpé su pene caliente y duro, grande para su edad , de increíble suavidad.
Miguel suspiraba y yo sentía su aliento en mi cuello. Aumenté el ritmo de mis caricias masturbándolo abiertamente hasta que en uno de sus jadeos emitió un pequeño gemido de placer y noté varias contracciones de su sexo en mi mano mientras yo me corría en mi bañador de forma incontrolada.

Me besó en el cuello y temblando, acaricié su nuca con mis labios repetidamente mientras deslizaba los dedos por su pene, que no había dejado en ningún momento, acariciando con el pulgar la cabeza del mismo y comprobando que el chico había tenido un orgasmo sin emitir ni una gota de semen. Yo en cambio había inundado mi bañador y la humedad estaba empezando a traspasarlo y mojar su espalda por lo que después de unas cuantas caricias más, me incorporé y sin dar tiempo a que se girara me lancé al agua para disimular las huellas de mi orgasmo. Primordialmente para no asustar al chaval pues supuse que todavía no eyaculaba y lo más probable es que desconociera todo eso.

Quería a este niño. Sentía por él una emoción que no había experimentado nunca antes con nadie y por nada del mundo deseaba hacerle daño o asustarlo.
Y entonces me sentí culpable. Pensé que lo que habíamos hecho estaba muy mal. Yo estudiaba en un colegio religioso y todo esto era un pecado muy grave. Además tenía toda la culpa al ser el mayor y aunque Miguel siempre fue el incitador, yo, el más responsable, tenía que haberlo evitado. Me sentí mal no por mí sino por él. ¿Podría perjudicarle ? ¿le dejaría marcado ? ¿había abusado de él ?

Fue el propio Miguel quién, mucho más espontaneo, sin estúpidos sentimientos de culpabilidad y viviendo intensamente el momento de felicidad, disipó todos estos pensamientos saltando al agua, rodeando mi cuello con sus manos y presionando mi cabeza hacia él, juntó sus labios con los míos después de decirme...TE QUIERO. La indescriptible sensación de bienestar que me produjo el oír estas palabras, el sentir su calor, su intimidad, la forma de mirarme sonriendo como de muy amigo, me hizo ver que era imposible que todo aquello fuera algo feo o sucio y con gran emoción le devolví el beso largamente.

Fin del capítulo segundo

Capítulo Tercero

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