23/10/08

 

 

  MIGUEL

Capítulo Primero

Le conocí el verano en que yo cumplía quince años. Era una tarde de julio, que me aburría en la terraza de la casita que mis padres habían alquilado en la costa. Pertenecía a un grupo de casas alejadas del pueblo, habitadas por varios matrimonios sin hijos y no había visto a nadie de mi edad en los quince días que llevaba allí, por lo que a pesar de que las mañanas me distraía con la playa y el mar, las tardes se hacían tediosas.

Contemplaba el camino de tierra que la bordea cuando vi acercarse una bicicleta que conducía un chico pelirrojo, pecoso, de unos once o doce años, que pasó delante mío sin fijarse en mí y en un instante desapareció en la curva de la esquina de la casa. Imaginé que lo más probable es que se tratase de un chico del pueblo que estaba dando una vuelta, cuando de pronto recordé que esa misma mañana, al volver de la playa, había visto una bicicleta igual en la baca del coche que estaba aparcado en el jardín de una de las casas vecinas, que había permanecido deshabitada durante todos estos días. Era posible, pensé, que este chico formara parte de la familia que iba a pasar el verano en esa casa y ¿porqué no? podíamos hacernos amigos ya que no vivían otros niños de su edad por los alrededores...

Distraído con estos pensamientos no me percaté que el chaval volvía, esta vez en sentido contrario, hasta que pasó delante mío mirándome, ahora sí, por el rabillo del ojo. Lo seguí con la vista alejarse cuando a los pocos metros, disminuyó la velocidad, describió varios círculos con la bicicleta y encaró de nuevo su dirección hacia mí, pedaleando muy lentamente, sin mirarme directamente pero con una sonrisa en su cara. Tímido como yo era en esta época no me atreví ni a decirle siquiera ¡hola !. Lo que si hice fue fijarme en él con detenimiento. Era un chico guapo, pelirrojo y con pecas en la cara como ya dije, y unos ojos verdes chispeantes que junto con la media sonrisa de sus labios me cautivaron al instante. Iba vestido con una camisa de cuadritos azul cielo y unos shorts tejanos bastante cortos que dejaban ver sus muslos y piernas brillantes. Sentí que mi corazón comenzaba a latir con fuerza. Noté una sensación extraña en mi cuerpo que no sabría como definir pero era como una necesidad imperiosa de hacerme su amigo, compartir su sonrisa, sus pensamientos, sus juegos. Ahora me doy cuenta de la increíble timidez de mis quince años recién cumplidos ya que seguí sin decirle nada a pesar de que era lo que yo más deseaba en aquellos momentos. Y eso que hizo el mismo recorrido con su bicicleta en cuatro o cinco ocasiones. Y siempre con aquella sonrisa.

Esa noche en mi habitación no podía dejar de pensar en él con la misma sensación extraña que tuve por la tarde, que ahora , inconscientemente me inducía a llevar la mano a mi sexo y acariciarlo levemente. Maldecía mi timidez. ¿Habría él pensado que como era más pequeño, yo no me dignaba a dirigirle la palabra ?. - a esta edad los tres años de diferencia que nos llevábamos pueden ser un abismo - ¿o acaso pensó que yo le miraba con indiferencia, al no decirle nada, a pesar de hacerse notar con sus idas y venidas con la bicicleta ?. Aunque si se había fijado en mí - y yo estaba convencido de que lo había hecho - habría podido ver cualquier cosa menos indiferencia en mi mirada.

A la mañana siguiente, después de desayunar rápidamente, me dirigí impaciente a echar una ojeada a la casa cercana con la esperanza de verlo y confirmar que sería mi vecino el resto del verano. Mi decepción fue considerable. No había nadie. Tampoco estaba el coche. ¿Sólo habían estado mirando la casa para alquilarla y no les había convencido ?.
Pero entonces la vi. Apoyada en un árbol estaba la bicicleta azul marino, SU bicicleta. Me aproximé a ella con sigilo, temeroso de que alguien dentro de la casa pudiera verme y acaricié el duro asiento de piel, sintiendo su áspero tacto. Realicé una pequeña exploración por las inmediaciones sin encontrar a nadie, pero estaba convencido de que era la misma bicicleta del día anterior y permanecí esperanzado de que no pasaría mucho tiempo sin volver a verle.

El resto de la mañana transcurrió sin noticias de los vecinos. Por la tarde, acabábamos de comer con mis padres en el jardín, en una mesa situada a la sombra de unos frondosos pinos cuando lo vi entrar , traspasando la verja. No podía creérmelo, era él, y estaba en nuestra casa !. Venía acompañado de una pareja que no llegaría a la cuarentena de años. Ella alta, delgada y pelirroja como él, por lo que adiviné que era su madre antes de que se presentaran. Su padre más bien bajito y algo mayor que ella. Eran de la misma ciudad que nosotros y estarían de vacaciones hasta finales de agosto. Habían decidido presentarse a los vecinos, ante lo cual mis padres les correspondieron invitándoles a café.
Mientras ellos charlaban amigablemente, vino él decidido hacia mí y me dijo. ¡Hola ! Me llamo Miguel ¿y tú ?. Me contó que tenía doce años, bueno casi doce, pues los cumpliría dentro de un par de meses. Todo lo contrario que yo, no era nada tímido y en pocos segundos me acribilló a preguntas. ¿cuantos años tenía ? ¿que curso hacía ? ¿a que colegio iba ?. Acto seguido me retó a una partida de ping - pong en la mesa que había en el jardín. Yo estaba un poco aturdido por su presencia inesperada y mi consabida timidez, pero fui contestando sus preguntas procurando disimular mi nerviosismo. La simpatía que irradiaba, junto a su desenvoltura, hizo que poco a poco me fuera desinhibiendo comportándome de modo más natural y al rato ya nos hacíamos bromas como si nos conociésemos desde hacía tiempo.

Después de jugar unas partidas nos estiramos en el césped y mientras seguíamos bromeando observé que se le veían los calzoncillos blancos a través de las cortas perneras de los shorts lo que me dejó un poco encandilado sin poder retirar la mirada de su entrepierna. Cuando reaccioné, pude darme cuenta que me miraba fijamente a los ojos, pero con una sonrisa maliciosa en su cara. Sentí mis mejillas arder por el rubor que inmediatamente fluyó a mi rostro, pero Miguel continuó charlando como si no se hubiese dado cuenta y con un ligero movimiento separó un poco más sus piernas con lo que la visión del algodón blanco fue casi completa, apreciando un pequeño montículo a nivel de su bragueta.

Inmediatamente tuve una erección que no podía controlar. Más que la visión de sus muslos y sus calzoncillos lo que realmente me excitaba era pensar que el chaval era consciente de que lo estaba mirando y que en lugar de incomodarse, le gustaba todo aquello.
Entonces fue cuando me dijo que él era capaz de resistir que le hiciesen cosquillas durante un minuto seguido y que si no me lo creía, que lo probase. Yo estaba sentado con la espalda apoyada en la pared de la casa y las piernas extendidas y Miguel completamente estirado, transversalmente a mí con sus piernas sobre mi falda con lo que la parte posterior de sus pantorrillas estaban en contacto con la , por aquel entonces abultada, bragueta de mis tejanos. Muy excitado le dije riendo que eso lo íbamos a ver ya que no me lo creía y con gran atrevimiento - ya que aunque estábamos en el jardín de la parte posterior de la casa y nuestros padres en el lado opuesto, en cualquier momento podían aparecer y nos hubieran sorprendido en una situación algo comprometida - tiré de la parte anterior de su camisa hasta sacarla de sus shorts, dejando al descubierto su ombligo, redondo, pequeño, perfecto, y con la punta de los dedos empecé a hacerle cosquillas a su alrededor sin evitar acariciar, como por descuido, la banda elástica de su slip que sobresalía del pantalón. A todo ello Miguel reía mientras agitaba sus piernas, levantándolas y dejándolas caer sobre mi sexo, ofreciéndome a su vez con estos movimientos una visión inmejorable de sus calzoncillos. Al poco rato y casi fuera de control por mi gran excitación le dije que ya veía que era capaz de resistir las cosquillas en la barriga, pero a ver si era lo mismo ahí... y deslizando mi mano por la pernera derecha de sus vaqueros cortos le acaricié la parte interior de su muslo cuya piel tenía un tacto muy suave. No paraba de reír y patalear, repitiendo que no, no se rendía, y ya fuera de mí, alargué aún más el brazo palpando su pene erecto por encima del fino algodón blanco. Sólo fueron unos segundos pues coincidiendo con ello, uno de los contactos de su pantorrilla sobre mi sexo encendido lo hizo estallar, sin poder evitar que me inundara, contracción tras contracción.

Se apoderó de mí una emoción mezcla de placer y felicidad por un lado y temor y culpabilidad por el otro por lo que acababa de ocurrir, pero al percibir la sonrisa dibujada en la cara del niño y la sensación de simpatía hacia mí que sus ojos verdes reflejaban, me tranquilicé y los primeros sentimientos se impusieron a los segundos.

Oímos entonces la voz de mi madre que nos llamaba desde la parte delantera de la casa por lo que incorporándonos rápidamente, nos dirigimos hacia allí, dónde estaban los cuatro junto a la verja despidiéndose. Sentía la humedad de mi sexo y un cierto temblor en las piernas al caminar. Unos metros antes de llegar, Miguel tomando de nuevo la iniciativa y siempre sonriendo me dijo : Me alegro que seamos amigos. Eres simpatiquísimo. Nos lo vamos a pasar muy bien este verano. Todavía un poco desconcertado por lo ocurrido, durante unos instantes no supe que responder hasta que finalmente acerté a balbucear alguna frase que debía significar algo así como que yo también estaba convencido de ello.

En cuanto marcharon me encerré en el baño para asearme y entonces pude percatarme de la pequeña mancha que se distinguía en el frontal de mis tejanos que por fortuna, junto a mis calzoncillos, habían absorbido la mayor parte de la humedad de tal forma que pasó desapercibida para los demás. O al menos eso esperaba.

Fin del Capítulo Primero

Capítulo Segundo

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