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Capítulo Primero
Le conocí el verano en que yo cumplía
quince años. Era una tarde de julio, que
me aburría en la terraza de la casita
que mis padres habían alquilado en la
costa. Pertenecía a un grupo de casas
alejadas del pueblo, habitadas por varios
matrimonios sin hijos y no había visto a
nadie de mi edad en los quince días que
llevaba allí, por lo que a pesar de que
las mañanas me distraía con la playa y
el mar, las tardes se hacían tediosas.
Contemplaba el camino de tierra que la
bordea cuando vi acercarse una bicicleta
que conducía un chico pelirrojo, pecoso,
de unos once o doce años, que pasó
delante mío sin fijarse en mí y en un
instante desapareció en la curva de la
esquina de la casa. Imaginé que lo más
probable es que se tratase de un chico
del pueblo que estaba dando una vuelta,
cuando de pronto recordé que esa misma
mañana, al volver de la playa, había
visto una bicicleta igual en la baca del
coche que estaba aparcado en el jardín
de una de las casas vecinas, que había
permanecido deshabitada durante todos
estos días. Era posible, pensé, que
este chico formara parte de la familia
que iba a pasar el verano en esa casa y
¿porqué no? podíamos hacernos amigos
ya que no vivían otros niños de su edad
por los alrededores...
Distraído con estos pensamientos no me
percaté que el chaval volvía, esta vez
en sentido contrario, hasta que pasó
delante mío mirándome, ahora sí, por
el rabillo del ojo. Lo seguí con la
vista alejarse cuando a los pocos metros,
disminuyó la velocidad, describió
varios círculos con la bicicleta y
encaró de nuevo su dirección hacia mí,
pedaleando muy lentamente, sin mirarme
directamente pero con una sonrisa en su
cara. Tímido como yo era en esta época
no me atreví ni a decirle siquiera
¡hola !. Lo que si hice fue fijarme en
él con detenimiento. Era un chico guapo,
pelirrojo y con pecas en la cara como ya
dije, y unos ojos verdes chispeantes que
junto con la media sonrisa de sus labios
me cautivaron al instante. Iba vestido
con una camisa de cuadritos azul cielo y
unos shorts tejanos bastante cortos que
dejaban ver sus muslos y piernas
brillantes. Sentí que mi corazón
comenzaba a latir con fuerza. Noté una
sensación extraña en mi cuerpo que no
sabría como definir pero era como una
necesidad imperiosa de hacerme su amigo,
compartir su sonrisa, sus pensamientos,
sus juegos. Ahora me doy cuenta de la
increíble timidez de mis quince años
recién cumplidos ya que seguí sin
decirle nada a pesar de que era lo que yo
más deseaba en aquellos momentos. Y eso
que hizo el mismo recorrido con su
bicicleta en cuatro o cinco ocasiones. Y
siempre con aquella sonrisa.
Esa noche en mi habitación no podía
dejar de pensar en él con la misma
sensación extraña que tuve por la
tarde, que ahora , inconscientemente me
inducía a llevar la mano a mi sexo y
acariciarlo levemente. Maldecía mi
timidez. ¿Habría él pensado que como
era más pequeño, yo no me dignaba a
dirigirle la palabra ?. - a esta edad los
tres años de diferencia que nos
llevábamos pueden ser un abismo - ¿o
acaso pensó que yo le miraba con
indiferencia, al no decirle nada, a pesar
de hacerse notar con sus idas y venidas
con la bicicleta ?. Aunque si se había
fijado en mí - y yo estaba convencido de
que lo había hecho - habría podido ver
cualquier cosa menos indiferencia en mi
mirada.
A la mañana siguiente, después de
desayunar rápidamente, me dirigí
impaciente a echar una ojeada a la casa
cercana con la esperanza de verlo y
confirmar que sería mi vecino el resto
del verano. Mi decepción fue
considerable. No había nadie. Tampoco
estaba el coche. ¿Sólo habían estado
mirando la casa para alquilarla y no les
había convencido ?.
Pero entonces la vi. Apoyada en un árbol
estaba la bicicleta azul marino, SU
bicicleta. Me aproximé a ella con
sigilo, temeroso de que alguien dentro de
la casa pudiera verme y acaricié el duro
asiento de piel, sintiendo su áspero
tacto. Realicé una pequeña exploración
por las inmediaciones sin encontrar a
nadie, pero estaba convencido de que era
la misma bicicleta del día anterior y
permanecí esperanzado de que no pasaría
mucho tiempo sin volver a verle.
El resto de la mañana transcurrió sin
noticias de los vecinos. Por la tarde,
acabábamos de comer con mis padres en el
jardín, en una mesa situada a la sombra
de unos frondosos pinos cuando lo vi
entrar , traspasando la verja. No podía
creérmelo, era él, y estaba en nuestra
casa !. Venía acompañado de una pareja
que no llegaría a la cuarentena de
años. Ella alta, delgada y pelirroja
como él, por lo que adiviné que era su
madre antes de que se presentaran. Su
padre más bien bajito y algo mayor que
ella. Eran de la misma ciudad que
nosotros y estarían de vacaciones hasta
finales de agosto. Habían decidido
presentarse a los vecinos, ante lo cual
mis padres les correspondieron
invitándoles a café.
Mientras ellos charlaban amigablemente,
vino él decidido hacia mí y me dijo.
¡Hola ! Me llamo Miguel ¿y tú ?. Me
contó que tenía doce años, bueno casi
doce, pues los cumpliría dentro de un
par de meses. Todo lo contrario que yo,
no era nada tímido y en pocos segundos
me acribilló a preguntas. ¿cuantos
años tenía ? ¿que curso hacía ? ¿a
que colegio iba ?. Acto seguido me retó
a una partida de ping - pong en la mesa
que había en el jardín. Yo estaba un
poco aturdido por su presencia inesperada
y mi consabida timidez, pero fui
contestando sus preguntas procurando
disimular mi nerviosismo. La simpatía
que irradiaba, junto a su desenvoltura,
hizo que poco a poco me fuera
desinhibiendo comportándome de modo más
natural y al rato ya nos hacíamos bromas
como si nos conociésemos desde hacía
tiempo.
Después de jugar unas partidas nos
estiramos en el césped y mientras
seguíamos bromeando observé que se le
veían los calzoncillos blancos a través
de las cortas perneras de los shorts lo
que me dejó un poco encandilado sin
poder retirar la mirada de su
entrepierna. Cuando reaccioné, pude
darme cuenta que me miraba fijamente a
los ojos, pero con una sonrisa maliciosa
en su cara. Sentí mis mejillas arder por
el rubor que inmediatamente fluyó a mi
rostro, pero Miguel continuó charlando
como si no se hubiese dado cuenta y con
un ligero movimiento separó un poco más
sus piernas con lo que la visión del
algodón blanco fue casi completa,
apreciando un pequeño montículo a nivel
de su bragueta.
Inmediatamente tuve una erección que no
podía controlar. Más que la visión de
sus muslos y sus calzoncillos lo que
realmente me excitaba era pensar que el
chaval era consciente de que lo estaba
mirando y que en lugar de incomodarse, le
gustaba todo aquello.
Entonces fue cuando me dijo que él era
capaz de resistir que le hiciesen
cosquillas durante un minuto seguido y
que si no me lo creía, que lo probase.
Yo estaba sentado con la espalda apoyada
en la pared de la casa y las piernas
extendidas y Miguel completamente
estirado, transversalmente a mí con sus
piernas sobre mi falda con lo que la
parte posterior de sus pantorrillas
estaban en contacto con la , por aquel
entonces abultada, bragueta de mis
tejanos. Muy excitado le dije riendo que
eso lo íbamos a ver ya que no me lo
creía y con gran atrevimiento - ya que
aunque estábamos en el jardín de la
parte posterior de la casa y nuestros
padres en el lado opuesto, en cualquier
momento podían aparecer y nos hubieran
sorprendido en una situación algo
comprometida - tiré de la parte anterior
de su camisa hasta sacarla de sus shorts,
dejando al descubierto su ombligo,
redondo, pequeño, perfecto, y con la
punta de los dedos empecé a hacerle
cosquillas a su alrededor sin evitar
acariciar, como por descuido, la banda
elástica de su slip que sobresalía del
pantalón. A todo ello Miguel reía
mientras agitaba sus piernas,
levantándolas y dejándolas caer sobre
mi sexo, ofreciéndome a su vez con estos
movimientos una visión inmejorable de
sus calzoncillos. Al poco rato y casi
fuera de control por mi gran excitación
le dije que ya veía que era capaz de
resistir las cosquillas en la barriga,
pero a ver si era lo mismo ahí... y
deslizando mi mano por la pernera derecha
de sus vaqueros cortos le acaricié la
parte interior de su muslo cuya piel
tenía un tacto muy suave. No paraba de
reír y patalear, repitiendo que no, no
se rendía, y ya fuera de mí, alargué
aún más el brazo palpando su pene
erecto por encima del fino algodón
blanco. Sólo fueron unos segundos pues
coincidiendo con ello, uno de los
contactos de su pantorrilla sobre mi sexo
encendido lo hizo estallar, sin poder
evitar que me inundara, contracción tras
contracción.
Se apoderó de mí una emoción mezcla de
placer y felicidad por un lado y temor y
culpabilidad por el otro por lo que
acababa de ocurrir, pero al percibir la
sonrisa dibujada en la cara del niño y
la sensación de simpatía hacia mí que
sus ojos verdes reflejaban, me
tranquilicé y los primeros sentimientos
se impusieron a los segundos.
Oímos entonces la voz de mi madre que
nos llamaba desde la parte delantera de
la casa por lo que incorporándonos
rápidamente, nos dirigimos hacia allí,
dónde estaban los cuatro junto a la
verja despidiéndose. Sentía la humedad
de mi sexo y un cierto temblor en las
piernas al caminar. Unos metros antes de
llegar, Miguel tomando de nuevo la
iniciativa y siempre sonriendo me dijo :
Me alegro que seamos amigos. Eres
simpatiquísimo. Nos lo vamos a pasar muy
bien este verano. Todavía un poco
desconcertado por lo ocurrido, durante
unos instantes no supe que responder
hasta que finalmente acerté a balbucear
alguna frase que debía significar algo
así como que yo también estaba
convencido de ello.
En cuanto marcharon me encerré en el
baño para asearme y entonces pude
percatarme de la pequeña mancha que se
distinguía en el frontal de mis tejanos
que por fortuna, junto a mis
calzoncillos, habían absorbido la mayor
parte de la humedad de tal forma que
pasó desapercibida para los demás. O al
menos eso esperaba.
Fin del Capítulo Primero
Capítulo
Segundo
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