14/11/99

 

 

 

LA SEGUNDA PRIMERA VEZ

Llevábamos diez maravillosos años de convivencia cuando una parada cardiaca me dejó viudo a los 36 años. Mi compañero tenia el corazón muy grande pero, aún así, no resistió el esfuerzo de amar tantisimo como él amaba.

La vida fue cruel y no se dignó a detenerse ni un solo instante, así que tuve que sacar fuerzas de los propios retos que diariamente me imponía superar para no perder el tren. Un día me planteaba comer para detener el adelgazamiento, llegué a perder 12 kilos en menos de un mes. Otro día intentaba no llorar delante de mi madre para que pensara que lo iba superando. Así fui buscando un equilibrio, recuperando fuerzas día a día, pero se me planteaba una incógnita.

No me planteaba para nada la posibilidad de que algún día pudiera encontrar otra pareja pero tampoco iba a cerrar mis puertas al amor. Como es sabido, y por desgracia, en el ambiente gay generalmente se empieza uno a conocer por el sexo y luego, en ocasiones, se conoce a la persona. ¿como daría yo ese primer paso? Me daba miedo que el recuerdo de mi compañero no me dejara reaccionar. Comparar sería un error. ¿me atrevería a entrar al trapo? Y si me atrevo ¿saldría corriendo una vez en la cama?.

Al fallecer mi compañero me llamó mucha gente y recuperé el contacto con un viejo amigo. A los pocos meses quedamos para cenar y a tomar una copa. Le comenté mis miedos con la única intención de desahogarme y de ser entendido. No sabia exactamente si estaba equivocado y necesitaba otra opinión o un apoyo. Esa noche me dejó hablar por los codos, me llegué a sentir muy a gusto y tranquilo. Yo hablaba y hablaba y él me escuchaba y me aguantaba.

Avanzada la noche lo llevé a casa, nos despedimos con el acostumbrado beso rápido, seco y furtivo en la boca, salió del coche, cerró la puerta y me dijo por la ventanilla bajada:

- ¿Quieres quedarte a dormir, solo a dormir?

Me quedé helado. Para nada me esperaba ese ofrecimiento. No sabia que hacer, pero rápidamente un pensamiento me decidió. Aquello era dar el primer paso lento, despacio, aparentemente tranquilo y , sobre todo, con alguien que, si me ve salir corriendo, entendería porqué.

Pasó lo que debió ser un minuto eterno lleno de silencio y por fin dije.

- Espera un momento, ahora aparco.

Tomamos otra copa en su casa. A veces le llamo copa a tomar un refresco, pero ésta vez fue ron, y es que los nervios de los primeros contactos de adolescentes vuelven en el momento menos pensado y, sin querer, reaccionas de la misma forma.
… y después de un largo rato alguien se atrevió a decir.

- Es muy tarde ya ¿nos vamos a dormir? - dijo

Él se desnudó del todo, yo le pedí un calzón y me lo puse. Pasamos la noche abrazados, enroscadas las piernas. Aveces lo abrazaba por la espalda, aveces lo hacia él por la mía. Aveces apoyaba su cabeza en mi costado y las más era yo quien la apoyaba en el suyo.

- ¿Estás dormido?

- Yo no, pero mi brazo si.

Y cambiábamos de posición. Yo calentaba sus fríos pies con el calor de los míos y él me besaba en la oreja. Nos acariciábamos mucho pero no nos tocábamos el miembro, aunque yo sabía lo muy hinchado que él lo tenía, y a ratos también yo.

No creo que ninguno llegáramos a dormir más de un par de horas salteadas. Mis miedos disminuían conforme pasaba la noche al recordar a mi compañero de 10 años con cariño y ternura y al mismo tiempo entender y sentir que aquello era otra cosa bien distinta.

Mi amigo se levantó primero. La casa olía a café recién hecho cuando volvió, me miró el paquete frunciendo el ceño, se acercó y, cogiendo mi propio calzón, me lo mostró.
Observé que estaba profusamente húmedo, yo diría mas bien empapado. ¡¡Cielos!! No me había notado nada, me debí de correr sin darme cuenta, pero es que, aún despierto, no noté la humedad. Lo más maravilloso de todo aquello es el sentimiento de rubor que me inundó. No era un sentimiento ni una reacción de una persona a puertas de la madurez, era otra cosa, era un rubor, una vergüenza, un sonrojo "neoadolescente", puro, limpio, inocente. Jamas pensé que con mis 36 años podría volver a sentir una cosa así.

- ¡ "Joder" !, si estás lleno de vida, ¿no lo ves? - me dijo.

- Gracias - balbuceé no queriéndome perder un instante. Él sonrió ante aquella respuesta y salió de la habitación. Yo nunca olvidaré aquella frase: "si estás lleno de vida, ¿no lo ves?".

Aquella noche me dio mucha confianza en mí mismo. Ya conocía mis posibles reacciones. El equilibrio y la seguridad que me proporcionó se reflejó en el resto de mi persona. Me sentí fuerte. Aquella mañana la pasé como en una nube, igual que cuando se tiene una primera vez.

Varios meses después seguimos viéndonos, muy espaciadamente, como no queriendo saturarnos. Se que no estoy preparado ni equilibrado aún como para emprender una nueva experiencia de pareja y creo que él tampoco, aún así, buscamos mutua compañía diciéndonos: - ¿Quieres quedarte a "dormirsoloadormir" ?

Solo que algunas veces no conseguimos solo dormir. Tampoco importa.

Angel (España)

Escribir a: Angel

 

 

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