LA CALLE
(primera parte: "un encuentro en la noche")
"Baja a la vida real,
mira en tu calle, a tu alrededor..."
Estabamos
todavía en Hogueras.
La noche de San Juan no había salido de casa pero, al día
siguiente, me apeteció asistir a los fuegos artificiales,
a orillas del mar.
El espectáculo estaba tanto en el cielo, rasgado por los
relámpagos y los truenos de pólvora, como en la misma
playa donde miles de personas, de todas las edades y de
todas las clases sociales, se habían congregado para
sucumbir a la magia del fuego.
No podía dejar de admirar los cuerpos semi desnudos de
algunos jóvenes que, a pesar de la hora, no habían
dudado en zambullirse en el agua para escapar del
agobiante calor reinante.
Intenté fijarme más en los chicos que pasaban a mi lado,
y la verdad es que algunos de ellos respondían a mi
mirada con otra mirada no menos insistente, pero iban
acompañados por amigos o familiares, y esto no nos
dejaba ningún margen de maniobra.
Una vez concluidos los fuegos artificiales, toda esta
muchedumbre empezó a disgregarse en verdaderos ríos
humanos que refluían hacia los barios, en los altos de
la ciudad.
La
idea de volver a casa no me seducía mucho, así que
empezé a dar vueltas por el centro: la explanada, el
puerto, el barrio, la zona; quería andar y andar, hasta
sentirme roto de cansancio.
Así, sin darme cuenta, se me hicieron las tres de la
madrugada. Las grandes avenidas y los paseos se habían
ido vaciando de su contenido humano paulatinamente y no
tenía mucho sentido ya seguir vagando, aunque el
deambular de noche por las calles desiertas haya tenido
siempre, para mí, un especial atractivo.
Pero había que volver, así que cogí el coche y me
dirigí por la calle Alemania hacia la calle Juan Bosco,
donde sabía que había una discoteca gay, aunque nunca
había entrado en ella. Tampoco tenía intención de
entrar hoy.
Son sitios que te atraen, como el Cabo, pensando que, algún
día, te encontrarás con alguién que sea el amor de tu
vida (pero claro, si no entras, tampoco hay muchas
probabilidades de encuentro).
No
había una alma por la calle pero seguí. Inesperadamente,
un poco antes de llegar a unos grandes almacenes, ví a
un chico que andaba con paso tranquilo por la acera de la
izquierda a unos cincuenta metros delante de mi. Parecía
alguién que volvía a su casa, sin demasiadas prisas,
después de una noche de marcha. Aminoré la velocidad de
mi vehículo y, al pasar a su lado, le miré bastante
descaradamente; el me miró también, sin apartar la
vista ni un segundo. Seguí unos metros a poca velocidad.
Las preguntas se atropellaban en mi mente: ¿quién sera?
¿qué hacer: pararme, seguir, huir como siempre?
Sin pensarmelo mas, paré el coche en segunda fila unos
metros más allá y observé al chico por el retrovisor.
Estaba casi seguro de que cambiaría de acera, o seguiría
su camino aligerando el paso y sin prestarme la más mínima
atención.
¡ Pero no !
Siguió con el mismo paso tranquilo, pasó por mi lado,
continuó unos metros y luego, como si se le hubiese
olvidado algo, volvió hacia mi y, acercándose a la
ventanilla, me preguntó si tenía cigarrillos.
Son esos momentos en los que lamentas haber dejado de
fumar... Si le contestaba que no, se iría y no tendría
más oportunidades de hablar con él. Así que le contesté
lo más tonto que podía haberseme ocurrido: "no
tengo cigarrillos pero puedo invitarte a tomar una copa,
si quieres...".
Se lo pensó dos segundos y, mirándome de nuevo a los
ojos, me dijo que bién, que no tenía que volver a casa
hasta las cinco y, con la misma flema, se subió al coche.
(sigue a segunda parte)
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